Si vas cruzando el puente… – Día de la ciudad

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Si vas cruzando el puente de labios de rubí pedile un deseo al lago de hojas secas. En cualquier banco de madera rústica dejá escuchar los murmullos de las puertas de hierro y cruzá el anfiteatro en puntas de pie, sin despertar la bandada que cruza los cielos del Parque Sarmiento.

Si vas al templo de coros afinados, busca la butaca 16 en la fila tres. Desde allí, el escenario de los sueños despierta los ecos de un aplauso de pie y el artista cede ante la mística del viejo Teatro. El telón bañado de vino y celofán se abre de par en par, como el corazón de «Papá Lebonard» y la angustia febril de “La Morte Civile”

Si esperas la tarde en el lago cercado por las algas, contá los pliegues del agua suavizada por el viento. Los árboles tienen la altura del cielo y en cada pulso del día, Villa Dalcar dormita en los hombros de un pescador que nunca pudo alcanzar el mar.

Si pasas el puente de hierros ferroviarios no busques los atajos que olvidan las farolas. Sobre la corriente plomiza del río se pueden contar las islas de arena fina. Y más allá, en el oeste, el humo de falsas chimeneas permite ver llorar la biblia junto a un calefón.

Si caminás Constitución al mediodía o apurás el paso en Rivadavia, dejate engatusar por esos ruidos de tacones tan cercanos. Apostá dos plenos al amor y rendí pleitesía a un cupido que no devuelve favores. En las calles del imperio las mujeres nunca piden ni esperan permisos.

Si corres entre vías displicentes frente a un tanque de agua bendita y sal, elegí dormir en la estación de la memoria infinita. El tren de las cinco ya no vuelve y en la pasarela de hierros apilados ves pasar la tarde que enluta los ecos del viejo vagón.

Si el grito se consuela en las tribunas, verás que albos y celestes pugnan por la gloria que no muere en sus laureles. En las gradas se inflan corazones del viejo y su heredero, abrazados al grito casi unánime de un gol.

Si la fuente de la plaza ya no suda por azar, perseguí los pasos del bailarín de tango y su compás de domingo. El payaso de globos aflautados cruza de par en par las diagonales y en el paseo de ruido de artesanos hay todavía caminantes para una vuelta del perro.

Si transitas Quirico Porreca en abril, intentá detener el tiempo para saltar sobre las hojas amarillas que nunca escarmientan con el viento. Caminá hasta el acordeón de tonos azulados y anticipá los otoños que inspiran a Otegui sobre calle Tucumán.

Si entrás al templo de los espíritus sagrados y le rezas al Dios omnipresente, contale del mundo desigual. Frente a esa vidriera de luces afiebradas podés sentir los ruegos de quienes nunca dejaron de perder, dolidos por no poder ganar.

Si el tiempo fueran dos siglos y 31 años de más. Si allá lejos y hace tiempo el pueblo se convirtiera en ciudad. Rearmá los trazos del barrio, persiguiendo los rastros de un imperio solidario, agitado, pacato y desigual.

Por Pablo Callejòn

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