La habría visto por televisión, abrazando su foto. La misma imagen que reposa en la biblioteca, debajo de un reloj de madera. Habría querido llorar…
Hubiera preferido abrazarla, calmar el llanto en la madrugada, compartir su insomnio. Hubiera querido esperarla frente a la puerta y pedirle permiso para volver a soñar.
Le habría preguntado por esos libros de abogacía y los expedientes que repiten su nombre a cada párrafo. La habría visto estudiarlos.
Se hubiera apoyado sobre sus hombros. Le pediría que deje el teléfono, que vuelva a dormir.
Hubiese buscado la cama a la par de su hermano. Le hablaría de los antojos del tiempo, 6 años después.
La habría visto por televisión, abrazando su foto. La misma imagen que reposa en la biblioteca, debajo de un reloj de madera. Habría querido llorar.
La habría acompañado en la sala oscura, frente al ventanal, en esas noches infinitas. Habría percibido sus murmuraciones, su respiración tensa. La habría querido escuchar.
La hubiera acompañado a Tribunales. Hubiera excusado sus dudas. Habría intentado pedirle un momento más.
Y habría presenciado la sentencia, el emocionado alivio, los gritos y las corridas. Y los habría observado a ellos con la mirada en el piso. Sin la indulgencia del alma.
Y la habría visto abrazarse con otros, caminar despacio. Y le bastaría un motivo para llorar con ella.
Y seríamos más dignos, menos injustos. Y él no sería un desaparecido, una ausencia doliente.
Y Rosa volvería a conciliar el sueño, recuperaría fuerzas y volvería a buscarlo.
Por Pablo Callejón