La Generación Ni-Ni

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Un nuevo lumpen-grupo etario de jóvenes de nuestra sociedad están hiper-formados e hiperinformados, son aquellos que beben la ética hedonista del consumo y forma parte del mundo posmoderno de la Red, siendo en algunos casos protagonistas de las prácticas de las revueltas del bienestar…Son los llamados la generación “ni ni”.
Para comprender este fenómeno que afecta a 900 mil jóvenes argentinos, que ni estudian ni trabajan, debemos entender el complejo mundo antropológico-social que vive nuestra civilización, además de reconceptualizar los conceptos básicos para comprender más a esta generación en esta instancia histórica que transitamos.
Conceptualicemos: “La generación no es una simple coincidencia en la fecha de nacimiento, es una hermandad frente a los estímulos de la época. Es importante considerar la circunstancia cultural que emana de haber sido socializado con códigos distintos, de incorporar nuevos modelos de percibir y apreciar” (M. Margulis). La juventud, contrariamente a la reducción que se hace en término de edad, es una categoría compleja resultado de un proceso de construcción sociohistórica atravesada por distintas representaciones, condiciones y significantes. “La idea de generación alude al tiempo en que un sujeto se socializa e implica producciones subjetivas diferentes” (Ana Monzani). La población más joven ha cambiado bajo modelos derivados mas de la imagen que de la ideas y valores.

Los signos de esta generación, en el cual está impregnado los ni ni son:
-excesiva tendencia al pensamiento concreto y al lenguaje condensado
-el tránsito de una cultura de la palabra a una mentalidad de la imagen
-la trivalización de ciertos problemas o valores.
-la aparición de mensajes violentos superfluos
-una nueva manera de adquirir los “valores” de la sociedad

Veamos y analicemos cual y como es el contexto de la democracia en el mundo actual. La “democracia Tarzán”, en primer lugar, prioriza la educación del ciudadano y se corresponde con el parlamentarismo surgido de la Ilustración y del movimiento obrero: la toma de decisiones se produce mediante la elección de representantes; por lo general, se trata de una gerontocracia en la que los mayores dirigen a los menores. La “democracia Peter Pan”, en segundo lugar, prioriza la gestión de lo público y se corresponde con la emergencia del Estado de bienestar tras la II Guerra Mundial, un país de “Nunca Jamás” en donde se instala una casta política autorreferencial; se trata de una mesocracia liderada por políticos profesionales que a veces parecen eternos adolescentes. La “democracia Replicante”, en tercer lugar, propone una política no solo delegativa sino participativa, que empieza a ser viable gracias al ciberespacio: la wikidemocracia o democracia 4.0; se trata de una neocracia en la que las nuevas generaciones, por primera vez, están mejor preparadas para imaginar la dirección del cambio, aunque raramente se les ofrezca la oportunidad de participar en el mismo. A juzgar por la forma como se ha llevando a cabo la reforma constitucional, no parece que nuestros principales partidos hayan aprendido la lección. Dentro de este contexto se encuentra nuestra generación ni ni procurando analizar algunos datos. Los jóvenes se enfrentan hoy al riesgo de un nivel de vida peor que el de sus padres – El 54% no tiene proyectos ni ilusión. Tan preparados y satisfechos con sus vidas, y tan vulnerables y perdidos, nuestros jóvenes se sienten presa fácil de la devastación laboral, pero no aciertan a vislumbrar una salida airosa, ni a combatir este estado de cosas. El dato asomaba hace poco, sin estrépito, entre los resultados de la última encuesta de Metroscopia: el 54% de los españoles situados entre los 18 y los 34 años dice no tener proyecto alguno por el que sentirse especialmente interesado o ilusionado. ¿Ha surgido una generación apática, desvitalizada, indolente, mecida en el confort familiar? Los sociólogos detectan la aparición de un modelo de actitud adolescente y juvenil: la de los ni-ni, caracterizada por el simultáneo rechazo a estudiar y a trabajar. «Ese comportamiento emergente es sintomático, ya que hasta ahora se sobrentendía que si no querías estudiar te ponías a trabajar. Me pregunto qué proyecto de futuro puede haber detrás de esta postura», señala Elena Rodríguez, socióloga del Instituto de la Juventud (INJUVE).
Algunos sociólogos detectan una atmósfera juvenil muy inflamable, economizando sus esfuerzos por miedo a la frustración. La incertidumbre se impone en el empleo y en la pareja. Sólo el 40% de los universitarios tiene una actividad acorde con sus estudios. Están predispuestos a aprovechar el momento, «aquí y ahora». La crisis ha venido a acentuar la incertidumbre en el seno de una generación que creció en un ámbito familiar de mejora continuada del nivel de vida y que ha sido confrontada al deterioro de las condiciones laborales: precariedad, infraempleo, mileurismo, no valoración de la formación. Las ventajas de ser joven en una sociedad más rica y tecnológica, más democrática y tolerante, contrastan con las dificultades crecientes para emanciparse y desarrollar un proyecto vital de futuro. Y es que nunca como hasta ahora, en siglos, se había hecho tan patente el riesgo de que la calidad de vida de los hijos de clase media sea inferior a la de los padres. Ese temor ha empezado a extenderse, precisamente, entre la generación que de forma más abrumadora, siempre por encima del 80%, declara sentirse satisfecha con su vida. El virus del desánimo está minando la naturaleza vitalista y combativa de la gente joven aunque encontremos pruebas fehacientes individuales y colectivas de su consustancial espíritu de superación. He aquí una muestra de resistencia a la adversidad extrema, junto a la prueba de cómo el discurso consumista ha resultado una trampa para tantos jóvenes audaces que creyeron en el maná crediticio y el crecimiento económico sin fin. » Eduardo Bericat, catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla, cree que la falta de ilusión hay que interpretarla, no tanto por los efectos de la crisis, como por el cambio cultural producido con anterioridad. «El modelo de vocación profesional que implicaba un proyecto vital de futuro y un destino final conocido, con sus esfuerzos y contraprestaciones, ha desaparecido. Ahora, la incertidumbre se impone en el trabajo y en la pareja y no está claro que la dedicación, el compromiso, el estudio o el título, vayan a tener su correspondiente compensación laboral y social», afirma. Si la pregunta clásica de nuestros padres y abuelos: «¿Y tú, que vas a ser?» pierde fundamento, se entiende mejor que los esfuerzos juveniles respondan, más que a la ilusión por un proyecto propio, al riesgo de quedar descartado. «Si no estudio, si no hago ese master…».
Según el informe Eurydice, de la Unión Europea, sólo el 40% de los universitarios tiene un trabajo acorde con sus estudios. A los jóvenes no les resulta emocionalmente rentable comprometerse en un proyecto de vida definido porque piensan que estaría sometido a vaivenes continuos y que difícilmente llegaría a buen puerto. «Aplican la estrategia de flexibilizar los deseos y de restar compromisos; nada de esfuerzos exorbitantes cuando el beneficio no es seguro. Como el riesgo de frustración es grande, prefieren no descartar nada y definirse poco», explica Eduardo Bericat. A eso, hay que sumar un acusado pragmatismo -nuestros chicos son poco idealistas-, y lo que los expertos llaman el «presentismo», la reforzada predisposición a aprovechar el momento, «aquí y ahora», en cualquier ámbito de la vida cotidiana. De acuerdo con los estudiosos, esa actitud responde tanto a la sensación subjetiva de falta de perspectivas, como al hecho de que el alargamiento de la etapa juvenil invita a no desperdiciar «los mejores años de la vida» y a combinar el disfrute hedonista con la inversión en formación. A falta de datos sobre el alcance del «síndrome ni-ni», el catedrático de Sociología de Sevilla explica que el pacto implícito entre el Estado, la familia y los jóvenes, pacto que compromete al primero a sufragar la educación y a la segunda a cargar con la manutención, alojamiento y ocio, hace creer a algunos jóvenes que en las actuales circunstancias pueden retrasar la toma de la responsabilidad. «Desarrollan una actitud nihilista porque no se les exige estar motivados, ni asumir responsabilidades y hay redes y paraguas sociales.
Hasta acá analizamos el contexto social en el cual se encuentra esta generación. Existe además un contexto familiar facilitador de una función que tendría que estar perimido: la de “la comodidad”, actitud típica adolescente, ya que no asume los compromisos, las obligaciones y las responsabilidades del adulto. Es evidente que, no obstante todos los problemas que hemos analizados, esta parte de la generación de jóvenes toma una actitud social-pasiva, porque no se vislumbra la cultura del esfuerzo para, por lo menos intentar, enfrentar los obstáculos que se le presentan; hay cierto desinterés por ejercer ese esfuerzo pues prefiere la comodidad sustentada por su familia.

Por Lic. Elena Farah

 

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